lunes, 9 de abril de 2012

Titingó

Aquella tarde nublada en la que se encontraba solo en el bosque, su vida cambió de manera tan repentina, que no alcanzó nunca a comprenderlo. Oscurecía entre la arbolada y temió no encontrar el camino de regreso. Caminó por la vereda que conocía y sintió alivio al ver las luces que en la lejanía, le anunciaban la cena en la mesa.

El cuerpo comenzó a dar serias señas de cansancio, pero la mente no.

Decidió, al ver que su problema de ubicación y alumbrado visual estaban practicamente resueltos, que podía con facilidad sentarse un poco en aquella roca y brindarle así, un merecido receso a sus piernas que ya avisaban con dolor, el requerimiento de calma.

Tras un momento de soledad y penumbra, no pudo más que llegar a ese punto en el que el ser humano abandona la superficialidad, arroja el traje mundano, se viste de gala y vuela a otras dimensiones, en las que no existe límite alguno: Profundiza, interioriza, introspecciona.

Fue un mar abierto de ideas. No pudo coger a tiempo alguna, no le alcanzó la velocidad de pensamiento para aferrarse a una sóla. Entro en un remolino de axiomas.

Todos aquellos años sin detenerse a pensar, cobraron su eterna factura. Aquel tornado sin fin y él era el centro.

Volaban como papel de colores en carnaval. Ya no había forma de controlar aquella tempestad. Inmovilizado, perplejo por el espectáculo, cuenta no se dio que fue perdiendo toda oportunidad de volver. Los ojos en blanco ahora, sin tensión nerviosa aparente, flácidos los músculos… un cuerpo más, tendido en aquél bosque en penumbra.

Un revoloteo de ideas bastó. Su mente, presa del desastre, sucumbió en pleno epicentro.

Abajo, las luces anunciaban la cena…

sábado, 7 de abril de 2012

Soñaba que soñaba...

Se derramó aquel papel en blanco sobre el piso mágico de los sueños. Cayó, como queriendo detener el tiempo, dejando a su paso una densa estela de calma y armonía. Pudo evitarse, sin embargo, la gran cantidad de lienzos pequeños inmaculados en el suelo brillante, produce la sospecha de desdén y despreocupación.


Sus pies descalzos al pisarles no producen cambio alguno en la blancura del papel. El viento apenas perceptible, los deja recostados sin revolotearles y sin interrupción de su descanso. Pareciera que han estado ahí junto con la edad del cielo, de no ser porque hemos sido testigos del más reciente de los sucesos, podríamos insistir en la longevidad de aquel tapiz.

No ha hecho nada por levantarle. Al alzar la mirada podremos notar que si hubiera paredes también tendrían papel derramado, pero no las hay. Ni techo, ni límite. El suelo con la fragilidad de las hojas, atemoriza con vencerse, pareciere que uno va flotando entre las nubes. Avanzar es un tema difícil aquí, al no existir horizonte visible, se tiene la sensación de ausencia de movilidad. Desolado, agotado, perdido y fastidiado, se derrumba entre las hojas caídas. Párpados pesados y cuerpo sin fuerza alguna hicieron que se rindiera. Durmió.

Al despertar otro papel más caía como del cielo. En él escrito el sueño del que acababa de despertar. Comenzó a levantar cada uno de los papeles en el piso, y narraban de manera fascinante todos los sueños que, durante toda su vida, había tenido. Volteó una vez más hacia el horizonte, y sólo vió papeles en el piso. Riiiiing… riiiiiing… riiiiiiing… abre los ojos, abre los ojos.