sábado, 7 de abril de 2012

Soñaba que soñaba...

Se derramó aquel papel en blanco sobre el piso mágico de los sueños. Cayó, como queriendo detener el tiempo, dejando a su paso una densa estela de calma y armonía. Pudo evitarse, sin embargo, la gran cantidad de lienzos pequeños inmaculados en el suelo brillante, produce la sospecha de desdén y despreocupación.


Sus pies descalzos al pisarles no producen cambio alguno en la blancura del papel. El viento apenas perceptible, los deja recostados sin revolotearles y sin interrupción de su descanso. Pareciera que han estado ahí junto con la edad del cielo, de no ser porque hemos sido testigos del más reciente de los sucesos, podríamos insistir en la longevidad de aquel tapiz.

No ha hecho nada por levantarle. Al alzar la mirada podremos notar que si hubiera paredes también tendrían papel derramado, pero no las hay. Ni techo, ni límite. El suelo con la fragilidad de las hojas, atemoriza con vencerse, pareciere que uno va flotando entre las nubes. Avanzar es un tema difícil aquí, al no existir horizonte visible, se tiene la sensación de ausencia de movilidad. Desolado, agotado, perdido y fastidiado, se derrumba entre las hojas caídas. Párpados pesados y cuerpo sin fuerza alguna hicieron que se rindiera. Durmió.

Al despertar otro papel más caía como del cielo. En él escrito el sueño del que acababa de despertar. Comenzó a levantar cada uno de los papeles en el piso, y narraban de manera fascinante todos los sueños que, durante toda su vida, había tenido. Volteó una vez más hacia el horizonte, y sólo vió papeles en el piso. Riiiiing… riiiiiing… riiiiiiing… abre los ojos, abre los ojos.

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