¡Qué mal te ves!, ¿Ya te estás tomando algo?, ¿No?, ¡Qué tonto eres!, Te gusta tanto sufrir.
Es impresionante el grado de dependencia a los fármacos que el ser humano ha adquirido. De igual manera asombra la caída del nivel en el umbral del dolor que las personas demuestran. También se observa un agudo afán de resolver los problemas con el camino más sencillo, con el menor tiempo posible y que implique casi ningún esfuerzo.
Hace unos días (una semana y media para ser precisos) comencé con los síntomas inequívocos de una gripe. Tuve ese momento de decisión en el que las opciones se presentaban como placebos de distintos nombres: XL-3, Contac, Desenfriol D, Cafiaspirina, y un largo etc. Sin embargo, afronté la situación como un estoico, que es demasiado estúpido pensar que sería bien visto en estos tiempos de confort y ciencia.
Pues sí, el resultado fue insultante. La gente en un movimiento de cabeza horizontal cuestionaba mi decisión. Habiendo tanto avance en la medicina y yo sin hacer uso de ello. Pero la reflexión llegó e hizo de mi lo que el viento al polvo. Me sacudió.
Dos vertientes. La primera, mi cuerpo tardó una semana y media en trabajar inmunológicamente para hacer frente a la contingencia viral. Lo hizo, hasta cierto punto, de una manera lenta y no tan efectiva. Lo anterior, debido a la costumbre de ingerir anti gripales, logrando así, la desaceleración e ineficacia de mi sistema anti viral. La segunda, y la más cruel. Ya no soy un niño de 15 años que en tres días lograba expulsar el agente extraño.
Pero en un pensamiento social y en pleno análisis de la humanidad. Cabe mi pregunta. ¿Estaremos adentrándonos en una vía médica sin retroceso? ¿Nuestro sistema inmunológico podrá combatir en un futuro cualquier amenaza viral sin fármacos? ¿Estaremos haciendo perezosas a nuestras defensas?
Por lo pronto mi cuerpo en esta ocasión pudo. A pesar de la presión social, y de la constante humillación a mi intelecto por no atacar médicamente mi mal.