lunes, 14 de febrero de 2011

Flotar...

A veces siento que me encuentro flotando. Y encuentro explicación a la anterior aseveración en mi falta de compromiso. Pero la pregunta obligada viene a mi mente: ¿Compromiso a qué?.

Definitivamente no existe soledad en esta sensación, ya que si miro un poco entre la sociedad me doy cuenta que es un patrón de conducta colectivo. No puedo ni quiero erigirme como juez y emitir una sentencia al aire y al olvído, simplemente quiero situarme al lado del camino y contemplar desde mi trinchera literaria.

Experimento el sentimiento de soledad, que dicho sea de paso no es sinónimo de tristeza. No es desolación, y en vez de tristeza llega la melancolía. Pero es voluntaria (al menos eso digo como escudo) y temporal (eso lo prefiero imaginar).

La fugacidad es una característica de las relaciones interpersonales en nuestros días. En cuanto a la temporalidad y a la intensidad. Pero no todo es tan negativo como se podría creer. Se vislumbran varias situaciones que ilusionan y algunas más que preocupan.

La elección del futuro se ha convertido en un tema con mucha fortaleza. Y ha sido acompañado de factores económicos, cuánto tienes ya no es lo más importante, con qué herramientas cuentas y la dinámica de crecimiento es lo que ahora impera. El factor social preocupa, porque depende mucho de los factores que puedas alcanzar con lo que tienes para lograr una felicidad efímera. Un paso adelante y uno en retroceso.

Pero en lo sentimental se divide la opinión. Mientras hemos superado un tanto la barrera de los matrimonios establecidos por terceras personas y por intereses ajenos al de la pareja, también hemos reducido el valor de la armonía en la relación.

Cada vez existe menos presión social por la elección temprana de la pareja. Se ha extendido el tiempo de sondeo, poco a poco la mujer tiene mayor libertad en este aspecto y es juzgada con menos agresividad, van comprendiendo que no pueden ser presas de su propia maraña inquisitora.

De lo anterior viene el temor. La juventud tiene un profundo temor de equivocarse. Ya que a mayor libertad será también mayor la responsabilidad de las consecuencias. La falta de compromiso entonces, en una muy personal sugerencia es, con la libertad. Nuestra visión del matrimonio o unión, es la pérdida de la libertad. Pero lo visualizamos así, porque sencillamente nosotros lo provocamos al coartar la libertad de nuestra pareja. No asumimos el compromiso con la libertad de la persona con la que hemos decidido compartir el camino. Absorbemos, limitamos, encerramos, nos proclamamos dueños de su destino y atamos la soga a nuestro cuello al conjurarlo.

¿Tenemos miedo de perder nuestra libertad?, pero no nos damos cuenta que el verdadero temor debería ser a quitarle la libertad a otra persona. No es una regla estricta el hecho de recibir lo que uno da, sería maravilloso tener esa certeza, pero sí es claro que nosotros vamos creando la atmósfera a nuestra alrededor. Si nos convertimos en el celador perfectamente lograremos un ambiente penitenciario. Pero si por el contrario ofrecemos comprensión y entendimiento, es probable que logremos una armonía equitativa.

Elegir flotar no es una decisión fácil, pero es preferible a someter. Es cómodo sí, pero puede ser el preámbulo a un conocimiento y reflexión importante que defina tu actuar.


sábado, 5 de febrero de 2011

Aronofsky redimido.

Sin duda que “Pi el orden del caos” fue una película innovadora y definitivamente una opera prima bien lograda. Su oscuro enigma y el desenlace, es digno de un director que podría tener años en la industria.

Descarado y crítico, despiadado y estrujante es el tema que recorre la cinta de “Requiem por un sueño”. Con un final vertiginoso y que remueve las fibras del espectador, demostró que se afianzaba en la dirección creando la expectativa de su siguiente filme.

Sin embargo, “El Luchador” fue decepcionante, no es una mala película, pero no respondió a la promesa de evolución. El morbo resultó con el regreso de un Mickey Rourke que se portó a la altura, pero no fue suficiente para alcanzar los pulsos que logró con sus dos anteriores producciones.

Recuerdo haber acudido al cine, gustoso de pagar por ver la creación de Aronofsky en cartelera, ya que no tuve oportunidad de hacerlo en las dos entregas anteriores; abandoné la sala con más dudas que certezas. Una decisión dividida, si fuera una corrida de toros le hubiera  otorgado solamente una oreja por el cariño y el recuerdo de las pulsaciones con los desenlaces ya vistos.

La redención es arte de genios. No sé de cierto si es por la actuación de Natalie Portman, que dicho sea de paso, es la mejor actuación de su vida en mi opinión, y será difícil enfrentar el reto de superarle. Tampoco tengo certidumbre si fueron los pequeños detalles técnicos como la diferenciación de toma, ya que cuando ella bailaba la cámara hacía movimientos especiales como sincronizada con los movimientos de ballet, y cuando dejaba de danzar la cámara recurría a una fijeza. Otro es sin duda el color del ambiente, jugando visiblemente entre oscuridad y claridad, pero predominando lo gris. Quizás fue la fortaleza de la trama, el profundo vistazo a lo humano, el extremo en el nivel de pasión a que podemos ser capaces de llegar incluso hasta superar nuestros límites conscientes y alterar nuestro ambiente por la persecución de objetivos vanos a simple vista, pero justificados por la victoria y el triunfo. El hecho de visualizar y adjudicar nuestros miedos, deseos y frustraciones a las personas que nos rodean, pero logrando únicamente el daño de nuestros actos en nuestra persona. Sumado a estos elementos, la elegancia, elocuencia y cinismo de Vincent Casel (al cual envidio desde hace mucho tiempo además de su capacidad histriónica, la consorte que tiene), la locura, violencia y explosividad de Winona Rider (parece que Aronofsky tiene algo con el regreso de grandes valores); por último el vistazo a la maravillosa atmósfera de lo que se respira al interior de una compañía de ballet. 

Imágenes desgarradoras, tensión, ternura, violencia, belleza y compasión. Mezclado con una fotografía maravillosa y un final que podría resultar un tanto predecible pero logrado de una manera magistral. Todo esto y más es "Cisne Negro", la redención de un gran director joven. 


Albricias, esta de vuelta.